“No soy pandillero, soy gay, soy peluquero”: El caso del venezolano Andry Hernández que enciende alarmas sobre estigmatización
La historia de Andry expone los grises entre la seguridad y los derechos humanos, e invita a cuestionar hasta qué punto los métodos extremos pueden pasar por alto la humanidad de quienes terminan atrapados.

Redacción Panas en Utah.- Un par de coronas tatuadas en las muñecas bastaron para que las autoridades estadounidenses clasificaran a Andry Hernández, un maquillador venezolano de 31 años de edad, como sospechoso de pertenecer a la organización criminal Tren de Aragua. Así lo señala un documento oficial que revisó BBC Mundo.
Andry, originario de Capacho, un pequeño pueblo en Venezuela, construyó su vida entre telas, maquillaje y creatividad. Año tras año, diseñaba y confeccionaba trajes para la tradicional celebración de los Reyes Magos. Esa pasión lo convirtió en una figura conocida y querida en su comunidad.
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Una amiga cercana aseguró que Andry decidió emigrar tras sufrir discriminación por su orientación sexual y recibir amenazas. Buscó nuevas oportunidades y seguridad lejos de su país, pero la ruta migratoria le trajo un destino inesperado y doloroso.
El sábado 15 de marzo, las autoridades lo trasladaron al Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), la polémica megaprisión de máxima seguridad en El Salvador. Allí, entre gritos, golpes y cámaras, Andry repitió una frase que ahora recorre las redes sociales y medios internacionales:
“¡No soy pandillero, soy gay, soy peluquero!”
Un fotoperiodista que presenció el traslado relató con detalle el momento en que Andry imploraba por su identidad, mientras lo llevaban con cientos de prisioneros. Su historia, lejos de quedar como un caso aislado, reabre el debate sobre los métodos de control y los riesgos de detenciones basadas en estereotipos físicos o tatuajes, sin una investigación exhaustiva.
El Cecot se ha convertido en el símbolo del modelo de “mano dura” impulsado por el presidente salvadoreño Nayib Bukele. Muchos aplauden su efectividad frente al crimen organizado, pero organismos de derechos humanos y expertos denuncian violaciones sistemáticas y errores en las detenciones.
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Andry no tiene antecedentes penales ni registros que lo vinculen con bandas delictivas. Su entorno en Venezuela lo describe como un joven trabajador, creativo y resiliente. Su caso ahora se transforma en un ejemplo inquietante de cómo la apariencia, la orientación sexual o los tatuajes pueden convertirse en razones suficientes para perder la libertad y enfrentar estigmas devastadores.
La historia de Andry expone los grises entre la seguridad y los derechos humanos, e invita a cuestionar hasta qué punto los métodos extremos pueden pasar por alto la humanidad de quienes terminan atrapados.
Con información de BBC Mundo