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Sábado de Gloria: Un día de silencio, espera y esperanza en la tradición cristiana

Así, esta jornada sigue siendo, año tras año, una invitación a renovar la fe, a valorar el silencio y a preparar el alma para recibir la gloria del domingo que transformó la historia.

Redacción Panas en Utah.- El Sábado de Gloria, también conocido como Sábado Santo, ocupa un lugar especial dentro del calendario litúrgico cristiano. Esta fecha, situada entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección, está marcada por el recogimiento, la reflexión y la esperanza. A diferencia de otros días de la Semana Santa, el Sábado de Gloria se caracteriza por el silencio litúrgico: no se celebran misas durante el día, y los altares permanecen desnudos en señal de duelo.

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La razón de este silencio se encuentra en el simbolismo del día. El Sábado de Gloria conmemora el momento en que el cuerpo de Jesús yace en el sepulcro, después de haber sido crucificado. Es un tiempo de espera, de duelo, pero también de esperanza. Los fieles acompañan espiritualmente a María y los discípulos, que vivieron el dolor de la pérdida sin saber aún que el milagro de la resurrección estaba por ocurrir.

El nombre “Sábado de Gloria” proviene precisamente de la celebración que tiene lugar al caer la noche: la Vigilia Pascual. Es en ese momento cuando la Iglesia celebra con júbilo la resurrección de Jesucristo, la victoria de la vida sobre la muerte. En muchos templos, la ceremonia comienza en la oscuridad total y, poco a poco, la luz va llenando el espacio, encendiendo el cirio pascual y las velas de los fieles, símbolo del Cristo resucitado que disipa las tinieblas.

En distintas culturas, este día ha estado ligado también a tradiciones populares, algunas de ellas festivas. Sin embargo, desde el punto de vista litúrgico, es una jornada de silencio respetuoso, propicia para la introspección y la preparación del corazón ante la alegría de la Pascua.

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El Sábado de Gloria invita a detenerse y contemplar el misterio de la fe cristiana: la promesa de una vida nueva que nace del dolor y el sacrificio. Es una oportunidad para vivir con profundidad la transición entre la cruz y la resurrección, entre el luto y la alegría, recordando que incluso en los momentos más oscuros, la luz de la esperanza permanece encendida.

Así, esta jornada sigue siendo, año tras año, una invitación a renovar la fe, a valorar el silencio y a preparar el alma para recibir la gloria del domingo que transformó la historia.

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